Escrito por 12:00 am Mundo, Saúl Arellano

El Papa y la condena a la riqueza

Acumular riqueza a costa de los demás es abominable. Acumular dinero y cobrar intereses por el préstamo de ese dinero es también un asunto inmoral y éticamente cuestionable. En el mismo sentido, creer que tener una vida de riquezas y lujos es compatible con una vida espiritualmente aceptable resulta una contradicción no sólo lógica, sino, una vez más, también moral.

Frente a tales afirmaciones, hay quienes podrían pensar que se trata de las elucubraciones de “otro marxista o comunista más” que se opone a la iniciativa individual, a la inventiva y al emprendedurismo de las personas, y que, por lo tanto, podría ser puesto en la lista de los retrógradas que se oponen a ultranza a la generación de la riqueza y la debida recompensa a los empresarios que generosamente arriesgan su capital en aras de obtener ganancias e indirectamente hacernos el favor de crear empleos.

Lo paradójico del caso, al menos en la tradición occidental, es que las ideas sintetizadas en el primer párrafo no provienen de ningún socialista o marxista trasnochado, sino de los propios textos evangélicos y de sus lecturas por autores como Francisco de Asís y Tomás de Aquino.

La cuestión es mayor. Se trata de una discusión que tiene al menos mil novecientos años, y en la cual se ha tratado de dilucidar hasta dónde el afán de riquezas es compatible con la práctica del credo cristiano, y hasta dónde se puede justificar que una persona que forma parte de esta fe se dedique al trabajo con el propósito fundamental de hacerse rico.

En ese sentido, basta con recuperar algunos pasajes bíblicos. Así, en el Evangelio de Marcos 10:25 se lee: “Es más fácil para un camello pasar por el ojo de una aguja, que para un rico entrar en el reino de Dios”. La misma frase aparece en Mateo 19:24.

Volviendo a los lectores y comentaristas del Evangelio, hay una larga tradición que condena la existencia de la propiedad privada. La lectura de San Ambrosio, San Basilio, San Juan Crisóstomo y San Agustín no deja lugar a dudas: la propiedad debería ser común, y la acumulación de riquezas despreciable.

Por otra parte, Francisco de Asís, Guillermo de Ockham y Marcilio de Padua ofrecen un conjunto de tesis teologales, filosóficas y económicas mediante el cual distinguen el uso de las cosas de la propiedad sobre ellas, con el propósito de diferenciar la posibilidad de usufructuar la tierra de la propiedad que se podría tener sobre ella, la cual no es sino de Dios y, por lo tanto, de la humanidad.

El papa Francisco vendrá a México a partir del próximo 12 de febrero. Por lo que se percibe, su agenda es la continuación en la práctica de un discurso a favor de los pobres y los vulnerables que, pronunciado en un país marcado por la desigualdad y las carencias, con una mayoría poblacional católica, pero al mismo tiempo el de mayor número de católicos en el mundo, tendrá seguramente una resonancia no sólo local, sino regional y quizá global.

¿Se pronunciará el Papa ante la obscena desigualdad que nos ha llevado a la paradoja de que el 10% de los más ricos se quede con más de dos terceras partes de la riqueza total del país? ¿Qué van a decir los invitados VIP en las celebraciones eucarísticas que se llevarán a cabo cuando el Papa -es lo esperable- los condene de frente por ser parte de la lógica depredadora de la que forman parte y defienden a ultranza?

El debate en torno a la pobreza y la desigualdad es urgente en nuestro país, y por ello es de celebrarse, desde una perspectiva laica, que desde la fe se haga un llamado racional al diálogo tolerante y franco de todas las visiones en torno al problema y la responsabilidad mayor que nos atañen: el cuidado de la casa común.

@saularellano

Artículo publicado originalemte en “la La Crónica de Hoy” el 21 de enero del 2016

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