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Derecho a la libre opinión

Derecho a la libre opinión

Desde el siglo XVIII, los derechos humanos son un aporte de la ideología liberal a la civilización contemporánea. Entre ellos, destaca el derecho a la libre expresión de las ideas, a la libre opinión, que resultó ser una de las mayores novedades de la era moderna. Antes del surgimiento de esta nueva convicción, que forma parte de las condiciones para el nacimiento de la ciudadanía, lo normal era lo contrario: la prohibición y combate a las ideas consideradas amenazantes por los poderosos, los soberanos y las iglesias. Opinar fuera de lo establecido era tan peligroso que se podría perder la vida o la libertad en el proceso. Ejemplos abundan, como el de Giordano Bruno en 1660, Copérnico en 1616 y Galileo en 1636, astrónomos que se atrevieron a plantear pensamientos divergentes al paradigma dominante clásico de Ptolomeo.

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La historia del liberalismo está ligada íntimamente al desarrollo del pensamiento heterodoxo, cuestionador, que es esencial en el planteamiento de la “duda sistemática” de Rene Descartes (Discurso del Método, 1637), base misma de la tradición racionalista y científica actual. El filósofo define a la razón como la facultad de distinguir lo verdadero de lo falso, y para ello hay que cuestionar lo establecido. Hay que dudar de las percepciones de los sentidos, pues inducen al engaño de lo evidente. Francis Bacon (Novum Organum, 1620) defendió la necesidad de mantener una aptitud escéptica frente a lo establecido, y explicó que el conocimiento objetivo se obstaculiza por “ídolos”, que hoy llamaríamos prejuicios, sobre la realidad.

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La razón debe superar esas trampas que muchos años después Gastón Bacherlard (1934) calificaría como “obstáculos epistemológicos”. La aproximación a la “verdad” no se da de una vez para siempre: son aproximaciones sucesivas que nos dan luces sobre un conocimiento siempre en revisión y en conflicto con el pensamiento unívoco. Las ideologías son ejemplos de esto último.

Esto viene a cuento por la reivindicación que viene haciendo el presidente de la república a expresar sus opiniones sobre cualquier tema. Sin duda lo tiene. El problema es que sus convicciones las expresa desde la altura del púlpito presidencial, y eso las envuelve en un halo de verdad oficial. La libertad de expresión tiene como limitación el derecho de los otros a expresarse también. Si una autoridad impone “verdades oficiales” convoca a la represión de los heterodoxos, los opositores y los opinadores divergentes. Es, al menos, imprudente, incluso peligroso pontificar desde la cima del poder. Pero en términos liberales, es su derecho.

La limitación legal del derecho de expresión de los políticos en ejercicio del poder fue impuesta en la reforma 2007 por parte de la entonces oposición política, quien se quejó del protagonismo dicharachero del presidente Fox. Hoy, ya desde el poder, los que impulsaron ese dique se quejan del mismo. Lección: en lo que se refiere a la libertad de expresión más vale el exceso que la contención. De eso se trata el debate político.

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(*) Antropólogo social. Profesor titular de la Universidad de Guanajuato, y de posgrado en la Universidad De La Salle Bajío. Investigador nacional. Exconsejero electoral local del INE y del IEEG. luis@rionda.net – @riondal

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