Un presidente que pudo leer magistralmente el ánimo del electorado en el 2018 pareciera que hoy, ya instalado en el poder, no está procesando en su totalidad el miedo, la confusión y el malestar que recorren el país.



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A lo largo de más de 20 años de presencia protagónica en la vida pública del país, el Presidente de la República construyó una retórica sumamente efectiva, sustentada en un diagnóstico irrefutable sobre el país: para transformarlo era necesario poner al frente primero a los pobres, y el mecanismo privilegiado para hacerlo consiste en el combate frontal a la corrupción.

Para reforzar esa retórica, el Presidente construyó un relato sumamente efectivo ante el electorado, pues resumió los problemas nacionales y sus aparentes soluciones en dicotomías fácilmente procesables por la mayoría: se trataba del pueblo bueno en contra de una minoría rapaz; de lograr que el liberalismo juarista derrotara al “partido conservador”. Así, sería suficiente el ejemplo de un Presidente honesto para moralizar al país y encaminarlo hacia su regeneración.

A pesar de lo efectivo de esta narrativa, su diagnóstico adolece de dos elementos cruciales: la pobreza, por un lado, está determinada no sólo por las estructuras económicas, sino por el componente de la discriminación, el cual tiene efectos profundos en la vida y posibilidades de desarrollo de millones de personas.

El segundo es el relativo a la histórica desigualdad entre mujeres y hombres; la cual se arraiga en el machismo y la misoginia, ambos fenómenos presentes en toda la sociedad y que se expresa en prácticas violentas tanto en los estratos sociales de más ingresos como en los de menores recursos.

Desde esta perspectiva, la respuesta que el Presidente ha dado a las protestas feministas desborda su marco de referencia y confronta la estructura elemental de su narrativa y retórica. Frente a la complejidad de lo que implica derrocar al patriarcado, su esquema mental, en el que el mundo está dividido en “dos partidos”, no puede procesar la complejidad y, de hecho, se encuentra desbordado en sus posibilidades de empatía y auténtica solidaridad con las víctimas.

De ahí que posicionamientos como el hecho por Carmen Aristegui cobren una relevancia y tesitura mayor, pues al llamar al Presidente a “no equivocarse” subrayan lo que aquí se sostiene: es cierto que hay y habrá oportunismos, pero el propio movimiento feminista se ha encargado de deslindarse y de hacerlos a un lado.

Un Presidente que pudo leer magistralmente el ánimo del electorado en el 2018 pareciera que hoy, ya instalado en el poder, no está procesando en su totalidad el miedo, la confusión y el malestar que recorren el país. Por el contrario, se ha mostrado poco empático frente a la terrible realidad de las fosas clandestinas, ante las desapariciones forzadas, ante el clamor de los familiares de víctimas de asesinatos y, sobre todo, y señaladamente, ante la terrible y siempre condenable violencia contra las mujeres.

Así, los reclamos por la insuficiencia de medicamentos en padecimientos que implican la inminente posibilidad de la muerte, como el cáncer infantil o el cáncer de mama; la exigencia de justicia en casos como los de Ingrid y de Fátima, en que se cifra la siniestra realidad de 11 homicidios de mujeres por día; los empleos dignos que no llegan; la desigualdad que continua, y la corrupción e impunidad que prevalecen a ras de suelo, desbordan el discurso y esquema retórico de la Presidencia.

Al asimilar al movimiento feminista con intentos golpistas, el Presidente ha dado un paso al frente que, de facto, busca descalificar y restar legitimidad al reclamo de las mujeres, quienes de ninguna manera van a dar un paso atrás ni a permitir que nuestra sociedad continúe siendo determinada por el modelo patriarcal de poder, en todos sus ámbitos y dimensiones.

En este escenario, lo que debe comprenderse es que las manifestaciones en las calles no van a concluir el 9 de marzo; por el contrario, hay que pensar que podrían abrir una nueva lógica de actuación, desconocida hasta ahora. Por ello, debe asumirse que la protesta feminista, y la manifestación del malestar social general, no cesarán, y menos aún si el Estado no reconoce que no sólo es un problema de justicia y seguridad pública, sino de un conjunto mayor de reformas que garantice igualdad sustantiva entre mujeres y hombres.

Lee también: “VIOLENCIA CONTRA LAS MUJERES: EL ENOJO Y LA POLÍTICA”

Este artículo se publicó originalmente en el periódico Excélsior: https://www.excelsior.com.mx/opinion/mario-luis-fuentes/la-logica-del-presidente/1365855

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  • Tu “análisis” deja mucho que desear, quieres poner como problemas fundamentales, dos problemas culturales. Primer; la discriminación tiene muchos factores y el más cruel es el económico, en este sentido, se están dando pasos determinantes para eliminarlo. El segundo; lo que tu llamas lucha feminista, son en realidad grupos de choque pagados por la derecha conservadora, las verdaderas feministas, se están desligando de esa lucha. Tus comentarios no solo no son objetivos, sino además sesgados y tendenciosos

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