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El ambientalismo no es coartada neoliberal

A estas alturas del siglo, los movimientos en pro del ambientalismo, de derechos humanos, de la diversidad sexual y otros, no deberían necesitar reivindicación. Sus materias sustantivas no solo están legitimadas y acreditadas socialmente, son derechos reconocidos, forman parte de los avances civilizatorios consolidados en las últimas décadas.

Puedes seguir al autor Enrique Provencio D. en @enprodu

Hay otras interpretaciones, sin embargo. Una de ellas afloró hace pocos días en una de las conferencias de prensa del Presidente de la República. El resumen es obligado, pero en lo fundamental, su idea es que el ambientalismo y otros movimientos son parte de un modelo universal neoliberal diseñado para distraernos de otros temas más relevantes.

Te invitamos a leer: El Acuerdo de Escazú y el derecho a un medio ambiente sano

Para evitar equívocos, enseguida transcribo lo dicho por el Presidente: “durante el periodo neoliberal, apostaron a destruir valores, a que todo fuese materialismo, que todo fuese el dinero y, fíjense, diseñaron un modelo mundial para fraccionar las necesidades, demandas del pueblo: el movimiento ambientalista, derechos humanos, la diversidad sexual, la defensa de los animales, un abanico de demandas y de causas a defender. Y nos llevaron a corrernos hacia eso, cada quien en su tema para que el tema de la desigualdad y de la apropiación de bienes por una minoría pasara inadvertido, que ya no fuese el tema central”. En https://bit.ly/3eNry8X puede leerse la intervención completa.

Hay muchos equívocos en esa visión, y me referiré solo a unos cuantos, vinculados al ambientalismo. Este nació antes del neoliberalismo, para comenzar, y además surgió en buena medida vinculado a una crítica de las distorsiones del desarrollo. De hecho, el neoliberalismo confrontó las posturas ambientalistas, sobre todo las que planteaban la urgencia de corregir las modalidades más depredadoras del crecimiento económico, fuera en las economías occidentales o en las del entonces bloque soviético.

Desde sus orígenes, la protección ambiental estuvo asociada a la desigualdad, a escalas nacionales y globales. Desde hace medio siglo, al menos. También estuvo vinculado a la superación de la pobreza, y lo sigue estando. Hace más de 30 años que se volvió lugar común tratar los procesos de deterioro ecológico de forma articulada con las desigualdades y la pobreza, ni más ni menos.

La crítica ecológica del desarrollismo siempre ha convivido con el cuestionamiento de los patrones de producción y consumo que contribuyen a la depredación de los ecosistemas, y promovidos valores de sobriedad. En ocasiones, incluso, se han exagerado posturas que atribuyen al consumismo la causa principal de la crisis ambiental.

 Las demandas tradicionales de los movimientos sociales incorporaron paulatinamente las causas ambientalistas. Lo mismo hicieron los partidos políticos, aunque se tardaron demasiado. De hecho algunos, todavía en la actualidad siguen sin considerar esos temas de forma seria y orgánica, y los usan más por oportunismo que por convicción.

La protección de los ecosistemas, la calidad ambiental de la vida, la consideración del bienestar como algo asociado a un hábitat en mejores condiciones, es visto como parte de las demandas y necesidades humanas, individuales y colectivas, de la sociedad entera. Forma parte de los derechos humanos. Ya hace muchos años que está registrado en nuestra Constitución, por cierto.

Aún más, el ambientalismo ha sido y es crítico de las concepciones neoliberales del mercado, busca mejores reglas de organización económica, promueve los bienes públicos vinculados a los servicios ambientales y estimula muchas soluciones que no surgirían de forma espontánea de los mercados desregulados.

En fin, la idea presidencial sobre el ambientalismo no resiste el análisis. Entonces, ¿por qué ocupo el espacio que generosamente me da la plataforma de México Social para comentar el tema? Porque muestra el desprecio por temas cruciales de la vida contemporánea y del futuro, porque revela lecturas sesgadas de los derechos humanos y porque refleja pulsiones por las que en este gobierno se marginan los esfuerzos sociales y ciudadanos en cuestiones ambientales y en otras causas.

Lo que el Presidente dice explica, además, algunas de las razones por las que se estigmatiza y a veces se confronta a las organizaciones dedicadas a la protección ambiental, que, según esta peregrina idea, no se ocupan de lo fundamental y son víctimas de una intencionalidad neoliberal perversa.

En el ambientalismo y en el ecologismo hay corrientes bien diferenciadas, sin duda, a veces hasta contrapuestas. Pero descalificar, simplificar, distorsionar o subestimar un tema crucial como la cuestión ambiental es un equívoco peligroso, un caldo de cultivo para seguir abandonando la acción pública de protección y conservación de los ecosistemas. Preocupante, por decir lo menos.

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