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¿Maternar dentro de prisión o no hacerlo nunca?

Al término del 2022, en México 317 mujeres privadas de la libertad tuvieron a sus hijas e hijos menores de seis años dentro de los centros penitenciaros en los que se encuentran internas; 258 de ellas se encontraban embarazadas y/o en periodo de lactancia, de acuerdo con el Censo Nacional de Sistema Penitenciario Federal y Estatales 2023 hecho por el Instituto Nacional de Geografía y Estadística (INEGI).

Escrito por: Miranda Cadena SantiagoFernando Díaz Naranjo

Con base al mismo documento, a nivel nacional se registró que 325 infantes de hasta cinco años permanecieron con sus madres privadas de la libertad, 155 de ellos son niños y 170 son niñas. Poco más de la mitad de la población infantil que reside dentro de los distintos penales del país, es menor a un año, concentrándose en su mayoría, en la Ciudad de México.

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Hace siete años se publicó la Ley Nacional de Ejecución Penal (LNEP) en la que se enfatiza en la importancia de los derechos humanos y la dignidad de las personas privadas de la libertad.  En dicha normativa se estableció que todos los infantes nacidos durante el internamiento de sus madres pueden permanecer con ellas hasta los tres años. La realidad, es que las condiciones en las que se encuentran los reclusorios mexicanos imposibilitan una crianza adecuada y saludable.

Pese a los esfuerzos legislativos por mejorar y asegurar una calidad de vida digna para las hijas e hijos de las reclusas, no es posible confirmar que los menores lograrán desarrollarse favorablemente en un entorno donde no pasa por alto la violencia, la corrupción, el consumo de sustancias adictivas, la desigualdad, pero, sobre todo, en un espacio donde no existe la libertad.

Aquel niño o niña que viva su primera infancia en un centro de reinserción social, posiblemente sea cargado por primera vez por una custodia y no por su propia madre, su padre o sus abuelos. No le serán habituales las salidas al parque o tener un espacio propio en el que pueda desenvolverse, la buena alimentación no está asegurada y en algunos casos, tampoco lo que será de él o ella, después de sus tres primeros años.

La mujeres que deciden aventurarse a la maternidad siendo parte de la población penitenciaria, se ven expuestas a la falta de atención médica durante el embarazo, poniendo en riesgo, además de su salud, la capacidad de ser madres en un futuro; la violencia obstétrica y la incapacidad de tener un parto digno se hacen presentes en el que debería ser, el momento más mágico de su vida.

Ahora bien, esto no está peleado con el derecho que tienen las mujeres privadas de la libertad sobre decidir ser mamá o no, pues dentro de los reclusorios lo único que tienen es una pizca de albedrío sobre ellas mismas y la realización de sus planes de vida, claro, dentro de prisión. Esto último cobra más sentido si la sentencia de ellas es alta, biológicamente no es posible esperar los 50 años que podría durar una pena para, ahora sí, convertirse en madre, por mencionar un ejemplo.

Y bueno, qué decir de las mujeres que se encuentran en reclusión injustamente, sin sentencia alguna o peor aún, las que están pagando un delito que no cometieron, ¿Cómo pensar en tener hijos bajo un contexto socialmente aceptado si las condiciones en prisión no te permiten acceder allá?

Entonces, ¿Qué hacer?, ¿Maternar dentro de prisión o no hacerlo nunca?

Es necesario voltear a ver a quienes, por años, les han hecho creer que su voz no tiene valor: a las mujeres, a los niños y a las personas privadas de la libertad. La frialdad con la que se conduce la sociedad actual, en la que las redujeron de mujeres a cifras, es un llamado urgente a abogar por el cumplimiento a los derechos humanos, la sensibilización ante la injusticia y la empatía. En un sistema de reformación donde el sentido de justicia es punitivista, cuya estructura misógina y patriarcal pretende arrebatarle todo valor humano que le pueda quedar a una sentenciada, pone al escrutinio público si es justo o no criar dentro de un centro de reinserción social. La vida tras las rejas se detiene, pero el deseo innato de amar y sentirse amados, no.

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