Escrito por 12:00 am Especial, Medio Ambiente

Biodiversidad y bienestar social

por Julia Carabias

Cintillo-junio

Estamos viviendo una era, acuñada como Antropoceno por el Premio Nobel de Química Paul Crutzen (Crutzen 2002), en la cual las sociedades humanas hemos impactado a la naturaleza de una forma sin precedente. La magnitud de dichos impactos no la hemos logrado dimensionar


Sin duda, las alteraciones van a generar cambios importantes en el funcionamiento del planeta (físicos, químicos y biológicos), pero las mayores consecuencias las resentirá la especie humana que evolucionó y se adaptó a condiciones naturales con rangos relativamente estrechos, los cuales, la propia humanidad se está encargando de modificar. Muchos tomadores de decisión, de manera irresponsable, apuestan a que las sociedades sabremos controlar a la naturaleza y que podremos adaptarnos a los cambios venideros. Esta es una premisa sin fundamento; la especie humana, lejos de controlar a la naturaleza, ha alterado su funcionamiento y la factura la está pagando, y cara, sobre todo en los segmentos más vulnerables de la sociedad. Lamentablemente, la situación será peor para las futuras generaciones.

Al final de cuentas, también el cambio global impacta de manera desigual. Los más pobres y desprotegidos, que generalmente son los que menos han participado en las alteraciones del funcionamiento planetario, son los más afectados al carecer de capacidades e infraestructura para enfrentar los cambios, y por vivir generalmente en sitios de alto riesgo. El cambio global -cambio climático y pérdida de biodiversidad- profundiza las desigualdades sociales.

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¿Qué es la biodiversidad y por qué es importante?

El término biodiversidad se acuñó en la década de los ochenta por Edward Wilson. En un inicio era un concepto limitado al ámbito académico. En la actualidad, como muchos otros términos, es parte del lenguaje colectivo; sin embargo, no se comprende en plenitud ni se valora su importancia. La biodiversidad se define, tan sencillamente, como toda expresión de vida en el planeta, lo cual incluye por supuesto a las especies, pero también a los genes y a los ecosistemas. Este elemental concepto encierra procesos ecológicos y evolutivos que han moldeado las expresiones de vida a lo largo de millones de años.

Más recientemente fue propuesto el concepto de servicios ecosistémicos (Daily, 1997) (también conocidos como servicios ambientales aunque no es estrictamente lo mismo), el cual se refiere a los beneficios que las sociedades obtenemos del buen funcionamiento de los ecosistemas. Algunos de estos servicios son muy evidentes, por ejemplo, los recursos que extraemos de la naturaleza (agua, madera, alimentos, leña) o los más obvios como la purificación del aire. Pero otros no los entendemos, y por lo tanto no los valoramos, porque la naturaleza los proporciona gratuitamente, por ejemplo: la regulación climática, el control natural de las plagas y enfermedades, de las inundaciones o el funcionamiento de los ciclos hidrológico y biogeoquímicos. También son servicios ecosistémicos la satisfacción que reciben las personas por el contacto con la naturaleza, ya sea recreativa, espiritual o religiosa.

Los servicios ecosistémicos generalmente se perciben hasta que se deterioran o desaparecen y cuando son necesarias inversiones cuantiosas para reponerlos o adaptarse a las nuevas condiciones. Al estar excluidos de las cuentas nacionales y, por supuesto, de los mercados, se toman malas decisiones en torno a su conservación.

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Algunos ejemplos. Para la producción de alimentos se requiere de polinizadores; en muchos sitios de Europa estos han sido aniquilados y ahora es necesario producir insectos, transportarlos y liberarlos en campo de cultivo. Un servicio que la naturaleza prestaba gratuitamente y que ahora es casi incosteable. Lo mismo se puede decir con la magnitud de los daños que provocan los huracanes en las zonas costeras, lo cual está vinculado a la presencia o ausencia de la vegetación de manglares y a la destrucción de los arrecifes de coral. Ocurre también que la disminución del número de pequeños vertebrados modifica la cadena trófica en los ecosistemas y favorece el incremento de otros animales que se convierten en plagas por la falta de predadores; los costos económicos y sociales para su control son muy elevados.

La pérdida de la biodiversidad

Los cambios de la biodiversidad no son nada nuevo en la historia de la vida, por el contrario, son una característica intrínseca de la misma. La aparición y desaparición de especies ha sido parte de la evolución. El problema aparece cuando esos cambios ocurren a una velocidad que altera las fuerzas naturales de la evolución.

Se estima que la tasa de extinción de especies es actualmente entre 100 y 1,000 veces mayor que en la época de las grandes extinciones, como la masiva de los dinosaurios, lo cual se traduce en erosión de la vida en el planeta.

La evidencia científica señala que existen entre 5 y 9 millones de especies animales en el planeta y que de ellas se extinguen anualmente entre 11,000 y 58,000. Además, la disminución de la abundancia de individuos dentro de las especies hace inviable la sobrevivencia de las poblaciones. Por ejemplo, en las últimas cuatro décadas, la abundancia de individuos en las especies de vertebrados ha declinado en 28%, colocando rápidamente a muchas de ellas camino a la extinción (Dirzo et al, 2014). Una situación semejante se presenta entre los invertebrados. Estas tendencias ocurren de manera más intensa en los trópicos. Algunos científicos incluso aseveran que estamos frente al desencadenamiento de la sexta ola global de extinciones masivas en la historia geológica del planeta.

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Las causas de dichas extinciones son principalmente la extracción de los recursos naturales sin respetar su capacidad de renovabilidad y la deforestación para actividades agropecuarias y para el desarrollo urbano e industrial. Los ecosistemas naturales se están fragmentando y aislando, lo que impide el flujo de los individuos de las diferentes especies por el espacio territorial, degradando la diversidad genética. La destrucción de los ecosistemas naturales daña a los sistemas básicos que soportan la vida y que son la base natural del desarrollo; con ello se destruye el capital natural de los países y, por ende, las opciones de desarrollo y bienestar.

Estas tendencias globales se expresan claramente en nuestro país: se estima que 2,606 especies están incluidas en alguna categoría de riesgo (Conabio, 2014) y que anualmente se deforestan 155,000 hectáreas (Conafor, 2014).

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Los acuerdos multilaterales

En las últimas décadas, y particularmente a partir de 1992, después de la Cumbre de la Tierra de Río de Janeiro, se han establecido acuerdos multilaterales de gran relevancia para detener y revertir estas tendencias de pérdida de la biodiversidad; lamentablemente, no han sido tan exitosos como exige la situación. La Convención sobre Diversidad Biológica ha tenido 12 sesiones a través de la llamada Conferencia de las Partes (COP) en donde se han llevado a cabo diferentes acuerdos y protocolos. A esto se suman algunas de los objetivos de la Agenda para el desarrollo después de 2015 (conocida también como Objetivos de Desarrollo Sustentable), a los que se comprometieron todas las naciones que forman parte de la ONU y se aprobaron en septiembre de 2015, como son:

Objetivo 14. Conservar y utilizar en forma sostenible los océanos, los mares y los recursos marinos para el desarrollo sostenible.

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Objetivo 15. Proteger, restablecer y promover el uso sostenible de los ecosistemas terrestres, gestionar los bosques de forma sostenible, luchar contra la desertificación, detener e invertir la degradación de las tierras y poner freno a la pérdida de la diversidad biológica. No obstante la importancia de estos acuerdos, las tendencias de deterioro no se revierten.

En diciembre de este año, México será la sede de la COP13. Resulta interesante que el tema central de la COP sea el análisis, la discusión y los acuerdos para la gestión integral y transversal de los diferentes sectores que están involucrados en la conservación, uso y restauración de la biodiversidad; sectores, por cierto, que han sido responsables de la pérdida de la misma. Los resultados de la COP deben derivar en ajustes a las políticas públicas nacionales y el fortalecimiento de los instrumentos para generar un cambio en las tendencias de deterioro actuales.

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Para México, país megadiverso, ésta es una gran oportunidad que debemos saber aprovechar. La búsqueda de opciones productivas a partir de la biodiversidad que, sin destruirla, generen empleo e ingresos para sus dueños es la solución para millones de mexicanos que viven en situaciones de pobreza, particularmente las comunidades rurales, indígenas y campesinas, que habitan en los ecosistemas más biodiversos de México. Estos espacios se están destruyendo rápidamente para la producción de una agricultura y ganadería de muy baja eficiencia y su población sigue empobreciéndose por la pérdida de sus recursos naturales. La aplicación de modelos alternativos de uso sustentable de los ecosistemas en sitios prioritarios por su biodiversidad es urgente y viable y puede derivar en situaciones de ganarganar: conservar la biodiversidad y mejorar el bienestar social.

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Existen experiencias exitosas en el país que están aplicando los instrumentos de la política nacional de conservación y uso sustentable como son las áreas naturales protegidas, las unidades de manejo y conservación de la vida silvestre, el pago por servicios ambientales, el ecoturismo, la restauración ambiental, el manejo de cuencas, el ordenamiento ecológico del territorio. Instrumentos no faltan. El problema es que no se están articulando con las políticas económicas y sociales: se quedan como experiencias o acciones aisladas que no generan las sinergias necesarias para revertir el deterioro. Peor aún, muchos de estos instrumentos son vistos como un freno para el desarrollo y no como una oportunidad para el desarrollo sustentable, es decir, para el crecimiento económico basado en criterios de sustentabilidad ambiental y social.

Ojalá México sea capaz de presentar propuestas concretas en la COP13 de una política, al menos en algunas regiones prioritarias, que bajo el eje de conservar la biodiversidad articule a los sectores productivos y demuestre, con orgullo, las bondades de ser un país megadiverso.

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BIBLIOGRAFÍA:

I. Conabio. 2014. Quinto Informe Nacional de México ante el Convenio sobre la Diversidad Biológica. Conabio. México.

II. Conafor. 2014. Programa Nacional Forestal 2014-2018. Conafor. México

III. Crutzen, P. 2002. The anthropocene. J. Phys. Vol. 12, número 10, noviembre 2002.

IV. Daily, G. 1997. Nature´s services: societal dependence on natural ecosystems. Island Press. Washington, DC.

V. Dirzo, R., H. Young, M. Galetti, G. Ceballos, N.J.B. Isaac y B. Collen. 2014. Defaunación en el Antropoceno. Science vol. 345, 25 julio 2014.

Julia Carabias
Profesora de Carrera de la Facultad de Ciencias de la UNAM. Secretaria de Medio Ambiente, Recursos Naturales y Pesca entre 1994 y 2000.
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