Escrito por 6:26 pm Agendas locales, Mario Luis Fuentes

El presidente electo y su código

Hay que reconocer que López Obrador ha desarrollado un proceso de transición inédito en nuestra joven democracia; en los últimos seis meses, en los que ha transcurrido la tercera alternancia en la Presidencia, Andrés Manuel ha construido una forma inédita de ejercer el poder, la cual es completamente ajena a lo que habíamos visto en la historia reciente del país


En ese sentido, lo que debe asumirse es que el Presidente electo posee una narrativa propia; dispone de un código político que, como todo sistema de signos, debe ser descifrado y comprendido, en su lógica interna y, por supuesto, en lo que significa para el conjunto del Estado mexicano.

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Si algo ha desconcertado a las élites económicas en nuestro país, es precisamente que no cuentan con los elementos para decodificar la propuesta del presidente electo, y en eso hay un reto mayor de entendimiento que ambas partes deberán aprender a procesar en los próximos meses.

El presidente electo habla como no lo ha hecho ningún otro político mexicano en nuestra historia reciente; lejos de los discursos de la globalización, la revolución tecnológica o la regionalización mundial, López Obrador tiene una constante referencia a la historia, su discurso apela a un pasado que se sintetiza en personajes específicos: Juárez, Madero y Cárdenas.

La formación académica del presidente electo es igualmente distinta: Carlos Salinas y Ernesto Zedillo eran economistas; Vicente Fox, administrador de empresas; Felipe Calderón, abogado; Enrique Peña Nieto, abogado y administrador de empresas. López Obrador es licenciado en Ciencia Política, y a diferencia de los últimos tres, egresados de universidades privadas, él lo es de la UNAM.

El presidente López Obrador apela a la nación, al pueblo, no a la ciudadanía; apela a la moral, no a la racionalidad técnica; parte del supuesto de que el pueblo es bueno frente a la idea de que el hombre es el lobo del hombre; él cree que hay una mafia en el poder, frente a quienes piensan que la élite económica es el verdadero motor del país.

Desde esta óptica, es importante comprender que la persona investida de la representación del Estado mexicano no es quien fue candidato, y menos, la persona de la vida cotidiana, y eso es lo que genera mayor incertidumbre en varios espacios, pues no se ha logrado procesar la narrativa del presidente electo, en lo que toca a sus implicaciones para el Estado, sus instituciones y su sistema de decisiones.

Debe comprenderse que, como ningún otro político, López Obrador ha sido objeto de una crítica y ataques sin precedentes en el contexto de la democracia mexicana, y eso ha provocado la construcción de un personaje político inédito, que llega a la Presidencia investido de una inmensa legitimidad, sintetizada en más de 30 millones de votos.

Por otro lado, es importante destacar un dato: en Morena, splo el presidente electo, López Obrador, habla como López Obrador. Es decir, a pesar de la intensa militancia de sus seguidores, en realidad su discurso no ha sido reproducido por Morena, menos aún por quienes en realidad conocen al presidente electo sólo en el contexto de campaña, particularmente aquellos que se afiliaron en este año durante el proceso electoral.

Es decir, la credibilidad del discurso de López Obrador enfrenta un severo límite cuando es utilizado o enarbolado por personajes de trayectoria cuestionable y que han abusado de una narrativa desde la cual se asume que la honestidad y legitimidad se adquieren por ósmosis o prácticas discursivas miméticas.

De ahí que si un reto tiene el presidente electo es, con el paso de los meses, hacer explícitos sus supuestos; generar un nuevo diálogo abierto y franco de cara a la ciudadanía y, sobre todo, traducir el discurso de campaña de un movimiento social en una propuesta de gobierno viable y con la capacidad de convocar a todos a un proyecto de país de inclusión, justicia y dignidad para todos.

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