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Acapulco y el tiempo que no tiene

De acuerdo con los datos del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (CONEVAL), en el año 2010 el municipio de Acapulco tenía una población de 827,076 personas; había decrecido a 771,545 en el 2015; y a 757,367 personas en el 2020; es decir, una pérdida de 9.2% de sus habitantes en sólo una década.

Escrito por:   Mario Luis Fuentes

En el mismo periodo, el porcentaje de personas que fueron consideradas en pobreza pasó, de 49.1% en el 2010, a 56.6% en el 2015; y a 52.1% en el 2020. En números absolutos, el dato del 2020 es de 394,861 personas quienes, debido al severo impacto económico que provocó la pandemia, probablemente vieron agudizadas las condiciones de carencia y marginación en que viven.

Por su parte, los resultados más recientes de la Encuesta Nacional de Seguridad Pública Urbana (ENSU), muestran que el 74.9% de los habitantes de Acapulco manifestaba sentirse inseguro, es decir, tres de cada cuatro personas mayores de 18 años. Ese es el contexto general en que el Huracán Otis golpeó en esa depauperada región del país.

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Esa es la principal razón de por qué el tiempo es tan importante. Las horas que han transcurrido desde que el huracán devastó a la ciudad y a las ciudades medias y los pueblos cercanos a Acapulco son cruciales para evitar mayores tragedias, pues actuar con prontitud y con la precisión que se requiere en estos casos, puede evitar mayores pérdidas humanas y posibilitar una más rápida recuperación.

Frente al desastre, así como se planteó frente a la pandemia, lo ocurrido en Acapulco debe abrir el debate sobre cómo levantar desde sus cimientos a la Ciudad, y construir un nuevo modelo de desarrollo urbano que permita una nueva forma de construir espacios urbanos en el país. Porque sería un grave error tratar de regresar a lo que se tenía. Antes bien, el reto es pensar, sí en la emergencia, pero también en la planeación de una nueva forma de hacer ciudad y construir comunidad en zonas de riesgo.

Lamentablemente este gobierno apenas tendrá tiempo de poner en pie lo que ha sido devastado. Y se percibe muy complicado que, en el escenario de polarización, y de la disputa electoral en que ya estamos inmersos, se logren los acuerdos necesarios para repensar lo que estamos haciendo como país en el ámbito del desarrollo urbano, que se asocia indefectiblemente con la noción del desarrollo sostenible y el desarrollo social.

El contexto de desastre debe entenderse así: como una zona donde el tiempo para la atención social ya se había agotado. La respuesta que debe darse entonces es un amplio programa de reconstrucción que esté anclado en un auténtico plan de desarrollo regional. La región es tan grande y tan importante para el país, que debería construirse una comisión de desarrollo regional, donde se dé la participación de las y los empresarios, de la sociedad civil y de los liderazgos locales y comunitarios que afortunadamente aún existen, para dar un giro de 180 grados a lo que venía ocurriendo allí.

Es una realidad que, ante la magnitud de la emergencia, el Ejército y la Marina Armada de México, son las únicas instituciones con la capacidad de responder; sin embargo, debe tenerse la capacidad para, en las siguientes semanas, construir un gran acuerdo para que sean las instituciones civiles las responsables de diseñar la estrategia de recuperación y de generación de un nuevo curso de desarrollo para la región.

La desgracia de Acapulco nos ha mostrado, de la peor forma, lo que está por venir en los próximos años para otras ciudades costeras si no actuamos desde ahora. Somos un país con 10 mil kilómetros de litorales; con miles de localidades ubicadas en las costas. Es hora de actuar; y es hora de hacerlo de una vez por todas, con criterios de sostenibilidad ambiental. De otro modo, estaremos una y otra vez, contando las pérdidas y llorando las defunciones de personas que no debieron morir.  

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Investigador del PUED-UNAM

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