Escrito por 6:59 pm Mundo, Vicente Amador

Derribar muros, y lo que haga falta

Desde tiempos inmemoriales han sucedido migraciones humanas. ¿Cómo no generarse, si las personas estamos en continuo movimiento buscando el mayor bienestar nuestro y el de nuestras familias? ¡Nos movemos hacia donde estemos mejor! Con mayor razón abandonaremos el entorno conocido —y no por gusto— si vivimos en zonas rebosantes de violencia, pobreza, enfermedad, marginación, hambre.


«Los criminales no viajan cargando a sus hijos», Ángeles Mastretta

La ONU calcula casi 258 millones de migrantes en el mundo, hasta 2017. Sólo del año 2000 al pasado, hubo 85 millones más. Cincuenta por ciento más en diecisiete años.

En el caso de México, la migración es un tema central. No sólo porque ahora estemos presenciando una crisis migratoria en el límite sur del país, la cual ha llevado a cientos de hondureños a buscar derribar las fronteras.

Es importante ser conscientes que México es el segundo país en el mundo con el mayor número de migrantes, sólo superado por la India.

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Alrededor de 13 millones de mexicanos viven en otros países, la mayoría en Estados Unidos. Si también consideramos a los hijos de esos paisanos que se fueron, sólo en el vecino del norte vive un tercio de la población de todo México.

¿Cómo no va a ser así? Considere este ejemplo: la segunda ciudad con más duranguenses es Chicago. Allá hay más duranguenses que en Gómez Palacio y Lerdo.

Eso respecto a los mexicanos que se van. En menor medida, también hay quienes vienen a vivir a México. En nuestro país residen, hasta el 2017, casi un millón de personas nacidas en el extranjero. Poco menos del 1% de la población.

Hay dos grupos principales de migrantes: (a) los provenientes de Estados Unidos cuyos padres o jefes de hogar son mexicanos, quienes representan el 58% de los extranjeros en el país. (b) Y, por otro lado, representando el 40% de los migrantes en México, quienes no tienen relación de parentesco ni de jefatura de hogar con los mexicanos.

Entre los nacidos en el extranjero sin padres o jefes de hogar mexicanos, cuarenta de cada cien vienen de Estados Unidos (hijos de gringos, pues); diez de cada cien vienen de Guatemala, 5 de España,  4 de Colombia, poco menos de 4 de Venezuela; poco más de 3 de Argentina y también poco más de 3 de cada 100 vienen de Honduras. 25 de cada 100 vienen del resto del mundo.

Por último, un tema que, sobra decirlo, es muy triste, son todas las dificultades que los migrantes encuentran en su camino.

Tomando la experiencia de nuestros paisanos que van a Estados Unidos, sabemos que 8 de cada 10 pasan frío o calor extremo; más de la mitad padecen falta de alimentos o agua; un tercio se pierde en el camino o corre el riesgo de ahogarse en algún río o canal; un cuarto sufre mareos o desmayos… y 100 vicisitudes más: los abandonan los polleros o guías, son atacados o picados por animales, robados, despojados de lo muy poco que llevan —con frecuencia por las mismas autoridades que deberían protegerlos.

Los países hacia los que muchos migran se enfrentan con un panorama complejo. Hoy México vive parte de esa complejidad en un dilema: si permite la migración hondureña, Donald Trump podría emprender represalias contra nuestro país. Además, el tema surge en un momento que le hace juego al ala republicana del congreso norteamericano. A ellos les conviene que el problema sea mayor. También podemos detener la migración, pero con qué cara nos quejaremos de la falta de hospitalidad de Estados Unidos con los nuestros.

Entiendo las dificultades de abrir las fronteras, pero también me pregunto hasta dónde este mundo es de todos. Además, todos tenemos derecho a buscar mejores condiciones de vida, a preservarnos huyendo de las zonas de conflicto.

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