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La democracia como ideal y como experiencia

La semana pasada se dieron a conocer los datos más recientes, correspondientes a este año, del estudio de Latinobarómetro, una encuesta que se lleva a cabo desde 1995, con periodicidad anual y a veces bianual, llegando este año a 23 ediciones. El Latinobarómetro es quizá la encuesta más importante, más duradera, consistente en sus mediciones, y de las más conocidas en la región de América Latina. Es un estudio que permite tomar el pulso de la cultura política de las y los ciudadanos latinoamericanos, de sus actitudes, comportamientos y formas de vincularse con la vida en democracia, sus valores e instituciones.

Escrito por: Roberto Castellanos

El informe que publicó el Latinobarómetro 2023 destaca como principal hallazgo la existencia de una “recesión democrática” en América Latina, entendida como una reducción en el apoyo ciudadano a la democracia.

Para explicar esta recesión democrática, en el informe se explica que en toda la región de América Latina (AL) “hay pocos países sin gobernantes imputados, acusados o condenados por algún cargo de corrupción. Son las élites las que han fracasado en América Latina. Ellas han erosionado la fortaleza de las instituciones al intentar forzar las reglas del juego para quedarse en el poder”.

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La corrupción política, el personalismo como forma de hacer política, la debilidad de los partidos políticos, la polarización y el bajo desempeño gubernamental son todos fenómenos que, de acuerdo con el reporte, forman parte de un mismo proceso de deterioro en el que ha caído la democracia en la región, y cuyo principal responsable es la clase política.

El diagnóstico es certero, aunque no es nuevo. Desde hace varios años, al menos una década, tras décadas de lenta pero consistente expansión (la tercera ola democrática), la democracia en América Latina se ha visto afectada por una clase política que, con excepciones notables, ha sido incompetente en los mejores casos y rapaz en los peores.

Por otro lado, y más allá del foco en las élites, los datos que ofrece la encuesta del Latinobarómetro muestra un panorama con más matices de los que a primera vista se observan, especialmente en cuando a la recesión democrática se refiere. Si bien el panorama general en la región sí indica una tendencia de retroceso en el apoyo ciudadano a la democracia, hay contrastes que merecen la atención. Destaco aquí uno en particular, pensando en el caso de México: mientras que la ciudadanía evalúa a la democracia en términos más bien negativos al compararla con otras formas de gobierno y expresar niveles de insatisfacción altos con su desempeño, también está convencida de que es la mejor forma de gobierno. Hay una aparente contradicción entre la democracia como experiencia y como ideal.

La democracia vista como horizonte ideal

En 2023, dos terceras parte de la población de AL (66%) está de acuerdo en que “La democracia puede tener problemas, pero es el mejor sistema de gobierno”. En México, ese porcentaje es del 71%, igual al nivel observado en 2016 y superior al 56% del 2017 (el menor histórico registrado). El crecimiento reciente es notable y positivo, aunque estamos lejos del 81% registrado en el 2004.

El fraseo de la pregunta plantea una reflexión de la democracia como expectativa y horizonte de lo deseable para la vida política, como ideal: la democracia puede ser imperfecta, pero es la mejor forma de gobierno que se puede anhelar. Es muy favorable que, en un contexto de desafección democrática en la región y en el mundo, sectores mayoritarios de la población mexicana sigan viendo a la democracia en sí misma como el mejor sistema de gobierno (con excepción de Guatemala, Panamá y Ecuador, donde solo la mitad de la población o menos ve a la democracia como la mejor forma de gobierno). Pero este apoyo a la democracia quizá descanse más en el anhelo de una forma ideal de democracia, que en su experiencia concreta.

La experiencia democrática y sus contrastes

En 2023, en toda la región de América Latina solo el 48% afirma que “la democracia es preferible a cualquier otra forma de gobierno”, una disminución de 15 puntos porcentuales respecto del 63% de 2010; mientras que 17% considera que “en algunas circunstancias, un gobierno autoritario puede ser preferible a uno democrático” (3 puntos más que en 2020) y 28% afirma que le da lo mismo un régimen democrático que uno no democrático, idéntico nivel de indiferencia al de 2018 y el más alto desde 1995. En suma, en AL, la mitad de la población prefiere la democracia (así desde el 2018), pero se observa una tendencia creciente de indiferencia y una proporción constante de la población que ve con buenos ojos el autoritarismo bajo algunas circunstancias.

En México, solo una de cada tres personas (35%) prefiere la democracia sobre cualquier otro tipo de gobierno, ocho puntos porcentuales menos que en el 2020 (solo en Costa Rica y Venezuela se redujo más la preferencia por la democracia). Aún más significativo es que otro tercio (33%) de la ciudadanía mexicana preferiría un régimen autoritario a otro democrático, once puntos porcentuales más en 2023 que en 2020, el incremento más alto a favor del autoritarismo de los 17 países que integra el Latinobarómetro. Y un tercio (28%) más de la población es indiferente al tipo de régimen. Es decir, en México, la preferencia por la democracia, al contrastarla con un régimen democrático, apenas llega a uno de cada tres ciudadanos, el resto o tiene preferencias autoritarias (y crecientes), o le importa lo mismo.

Una métrica más que refleja la experiencia ciudadana concreta con la vida democrática, es la satisfacción con su funcionamiento. En todo AL, los niveles de satisfacción son bajos: 69% de insatisfacción promedio en toda la región y solo El Salvador (64%) y Uruguay (59%) muestran niveles de satisfacción superiores al 50% de la población.

En México, solo 37% está satisfecho con la democracia (más del doble que el 16% del 2018, uno de los puntos más bajos de satisfacción desde la década de 1990), pero 61% se dice insatisfecho con su desempeño, con una tendencia decreciente de insatisfacción desde el 84% del 2018. En otras palabras, los niveles de satisfacción con la democracia son bajos, de solo un tercio, pero hay una tendencia positiva, reciente, a mayores proporciones de ciudadanos satisfechos con el funcionamiento de la democracia mexicana.

Agreguemos a estos resultados que 56% de la ciudadanía mexicana está de acuerdo en que “un gobierno no democrático llegue al poder si resuelve los problemas” (54% en AL) y que 48% valora como aceptable que “en caso de dificultades está bien que el presidente controle los medios de comunicación” (36% en AL).

El balance es claro: la ciudadanía sí apoya a la democracia como “idea” de gobierno, confía en que la democracia es el mejor sistema para tomar decisiones colectivas. Pero al mismo tiempo sabe muy bien que, en los hechos, es un sistema que no está funcionando y que, llegada la ocasión, incluso estaría dispuesta a apoyar alternativas no democráticas si estas resuelven los problemas que le afectan.

Como forma de gobierno, como mecanismo para elegir autoridades y procesar los conflictos, en pluralidad y con libertades, la democracia se muestra al mismo tiempo deseable e incapaz para solucionar los problemas que le afectan a las personas. Se hace evidente, de nuevo (vaya necedad), aquello que desde mediados de la década de 1980 Bobbio llamó las “falsas promesas” de la democracia, las que separan el ideal democrático de la “democracia real”. ¿Cómo acortar esta distancia? ¿Qué nuevas formas democráticas debemos explorar para lograrlo? Me cuesta trabajo pensar que las élites nos darán las respuestas a estas preguntas.

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