Escrito por 12:00 am Especial, Salud

Manejo nutricio del paciente hepático

por María del Pilar Milke / Lorena Stoopen

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La alimentación en las hepatopatías es un aspecto fundamental para procurar mejorar el estado físico y la calidad de vida del paciente. Debe ser individualizada de acuerdo con las características del paciente según el padecimiento


De todos los órganos del cuerpo humano, sin lugar a dudas el hígado es el que tiene más funciones, ¡y por mucho! Se ha calculado que el hígado participa en cerca de 5,000 funciones muy diversas. Este prodigioso órgano sintetiza, degrada, transforma, activa, desactiva, regula y almacena miles de sustancias indispensables para la vida. Su papel es central en la coagulación de la sangre, ya que produce varios factores (proteínas) que la permiten; es muy importante en la depuración de la sangre de muchas sustancias tóxicas; regula la cantidad de glucosa en sangre; participa en la regulación de la presión sanguínea; produce bilis, indispensable para ayudar a que la grasa que consumimos pueda digerirse más fácilmente; y así podríamos seguir enumerando cada una de sus tantas funciones.

El hígado es, sin lugar a dudas, el laboratorio más complejo que pueda existir, y se encuentra en un ser vivo. Tiene, además, una capacidad de regeneración sorprendente. Sin embargo, una vez que se daña, pierde muchas de sus funciones y, por ende, se afecta todo el organismo.

¿Qué daña al hígado?

Muchos agentes: desde los biológicos (virus, algunos parásitos) y los propios del metabolismo (enfermedades llamadas “errores innatos del metabolismo”), los relacionados con la obesidad y diabetes, hasta los agentes químicos -el alcohol uno de ellos y quizá el principal-.

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¿Qué tipo de daño hepático existe?

Puede haber un daño agudo (de corta duración), un daño crónico (que lleva mucho tiempo de evolución), y el daño agudo puede cronificarse. En el caso del daño agudo, como una hepatitis viral A, el hígado llega a regenerarse con mucha facilidad y rapidez; no obstante, el daño crónico del hígado –como la cirrosis hepática produce un deterioro franco de la función del hígado, esto después de años de haberse iniciado el proceso que empezó a dañar a este órgano.

De hecho, muchas veces una persona no sabe que está enferma del hígado hasta que el daño está muy avanzado, esto, por la gran capacidad de regeneración de este prodigioso órgano. Además de clasificar el daño de acuerdo al momento en el que ocurre (agudo o crónico), también se distinguen diferentes lesiones: desde una acumulación de grasa (esteatosis) y una inflamación con muerte de tejido (hepatitis), hasta la formación de tejido fibroso alrededor de áreas de regeneración (cirrosis) o neoplasias (un tumor canceroso).

En cualquiera de los casos, la función hepática se altera y, al ser el papel del hígado en el metabolismo y la salud tan importante, se refleja en forma sistémica, manifestándose de muy diversas formas. La alimentación en estos momentos es clave para ayudar a que el hígado recupere sus funciones y se corrijan las alteraciones producidas en la medida de lo posible y debe de ser muy específica según el tipo y el avance del daño hepático presente.

HEPATITIS

La hepatitis viral A generalmente se autolimita. El hígado se encuentra en franca regeneración por lo que se requiere un importante aporte de proteínas y de energía a través de los alimentos. Sin embargo, en los primeros días de la enfermedad, el paciente puede tener falta de hambre (anorexia), náusea e incluso vómito, lo que inicialmente puede complicar su alimentación. Una vez que han disminuido estos síntomas, deben tomarse en cuenta estas pautas y evitar que el virus se propague a través de los utensilios para comer (platos, vasos, tenedores) y otros materiales.

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La idea de que al cursar con hepatitis A hay que comer muchos dulces para ayudar al órgano que está enfermo no tiene fundamento y por lo tanto ya no se recomienda.

La infección por virus de hepatitis C (VHC) en nuestro país es mucho más frecuente que por el virus de hepatitis B. Los pacientes que sufren esta infección pueden permanecer asintomáticos durante muchos años y presentar cirrosis (con todas sus manifestaciones) mucho tiempo después. En los pacientes con VHC es importante vigilar el peso corporal y que mantengan (a través de dieta y ejercicio) un buen control de glucosa en sangre, ya que este virus está asociado con el síndrome metabólico.

La dieta para los portadores de VHC debe incluir una variedad de verduras y frutas frescas que, además de fibra, contienen antioxidantes que reparan y previenen el daño al hígado. También deberá de aportar suficientes proteínas y grasas, de preferencia no saturadas, para cubrir los requerimientos del organismo y los propios de la infección. La energía deberá provenir de cereales integrales y leguminosas y se debe de evitar el consumo de azúcar y alimentos ricos en azúcar que dificultan el control de la glucosa.

Es indispensable eliminar el consumo de alcohol que potencializa el daño hepático por el VHC.

HÍGADO GRASO

La acumulación de grasa en el hígado es el primer paso que indica que este órgano se está dañando. Esta acumulación (esteatosis) puede deberse al consumo de alcohol o no. Cuando el paciente deja de beber, o se retira el estímulo que produce acumulación de grasa en el hígado, este órgano recupera su estructura normal y la grasa se elimina. Teóricamente esta enfermedad tiene un curso benigno. Sin embargo, cuando la persona continúa bebiendo o siendo obesa o no controlando su glucosa, la grasa acumulada en el hígado se oxida y produce daño hepático. Inicialmente se produce fibrosis –ese tejido tipo cicatriz que, de progresar, genera cirrosis. Es por eso tan importante que se abandone el consumo de alcohol y que la persona procure controlar su peso y su concentración sanguínea de glucosa, colesterol y triglicéridos y no ingiera más medicamentos que los que el médico le recomiende. El ejercicio en estos casos es de enorme ayuda para el mantenimiento del peso y para mejorar la utilización de glucosa en el organismo.

Los hábitos alimenticios de las personas con hígado graso deben ser evaluados por un especialista en nutrición para corregir aquellos que favorecen esta condición, como podría ser un aporte energético excesivo de la dieta (por consumo exagerado de azúcar, alimentos fritos o alcohol).

CIRROSIS

El daño hepático es tan avanzado que el hígado no sólo se altera físicamente (se vuelve pequeño, más duro por la fibrosis –tejido de tipo cicatriz-) sino que también pierde muchas de sus funciones y el paciente presenta importantes manifestaciones: acumulación de agua en el abdomen (ascitis) y piernas (edema de miembros inferiores); pérdida de masa muscular y grasa con adelgazamiento importante, ocasionalmente falta de apetito o anorexia; mucho cansancio; formación de várices en el esófago y estómago (que al rasgarse y sangrar ponen en riesgo la vida del paciente); deficiencias de vitaminas y minerales (sobre todo cuando la cirrosis es por consumo excesivo de alcohol); intolerancia a los carbohidratos (prediabetes), entre otras alteraciones metabólicas; alteraciones neuropsiquiátricas (encefalopatía); y, en casos graves, falla de los riñones y pulmones.

Todos estos cambios inciden de manera importante en la disminución de la calidad de vida, y particularmente la encefalopatía altera la función mental (desde la desorientación leve del paciente hasta el coma). En estos pacientes, es importante intentar que recupere su peso (sobre todo, la masa muscular) y se eviten complicaciones por la enfermedad, sobre todo la encefalopatía y la ascitis.

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Es por eso relevante que el paciente cirrótico coma entre cuatro y cinco veces al día; que consuma una dieta alta en proteínas predominantemente de origen vegetal como las que están presentes en las leguminosas, asegurando que el aporte energético de la dieta sea más que suficiente; que evite consumir alimentos con sodio (sal común) como los enlatados salados, embutidos, salsas comerciales, muchos productos industrializados, pescado o carne conservada por adición de sal (bacalao, jamón serrano, machaca), etcétera; y que incluya en su alimentación fuentes de fibra (la fibra dietética es muy útil por diversas razones), vitaminas y minerales que se encuentran en leguminosas, frutas y verduras. Desde luego, debe evitarse el consumo de alcohol.

En el caso de que existan várices esofágicas, se recomienda a los pacientes que eviten consumir alimentos duros y “filosos” como las tostadas o los totopos que a su paso por el esófago podrían lastimar y ocasionar un sangrado.

HEPATOCARCINOMA

Los tumores hepáticos pueden tratarse con medicamentos, cirugía y procedimientos como la inyección directa de alcohol u otras sustancias. En general, un tumor puede producir un importante desgaste muscular y de tejido adiposo, anorexia, y, con el tratamiento, mucho malestar que limita la alimentación. En estos casos el paciente puede recurrir a un nutriólogo especializado y requerir apoyo nutricio enteral (fórmulas líquidas administradas por sonda o como complementos) o parenteral (alimentación por vena).

María del Pilar Milke
Doctora en Medicina Interna por la Universitat Autónoma de Barcelona y Licenciada en Nutrición y Ciencia de los Alimentos por la Universidad Iberoamericana. Es Investigadora en Ciencias Médicas B de la Dirección de Nutrición del Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición “Salvador Zubirán” nutriclinica@hotmail.com

Lorena Stoopen
Fundación Mexicana para la Salud Hepática, AC lorena@fundhepa.org.mx
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