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REDES SOCIALES, ESTRATEGIA ELECTORAL Y DESINFORMACIÓN

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El impacto de las redes sociales en temas electorales es significativo, al grado que puede modificar de un momento a otro las estimaciones de los estudios de opinión. Los primeros ejemplos de ello se observaron con el Brexit, el triunfo de Donald Trump hace cuatro años, y el referéndum por la paz en Colombia.

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La presencia de las redes sociales como factor de movilización social jugó un papel fundamental en los resultados de los ejemplos mencionados. Los estudios de opinión tradicionales no fueron capaces de detectar el factor distorsionador de estas “nuevas” plataformas.

El aumento en el número de canales de YouTube, como alternativa a los medios de comunicación tradicionales, ha traído consigo el riesgo de la desinformación, ya que no existe un filtro real. Lo mismo aplica para las plataformas electrónicas que aparecen día con día en Internet, nuevos espacios de expresión que han jugado un papel preponderante en la aparición de las llamadas fake news.

De acuerdo con la Encuesta Nacional sobre Disponibilidad y Uso de Tecnologías de la Información en los Hogares (ENDUTIH) 2019, en México existen más de 80.6 millones de personas que son usuarios de Internet, que representan 70.1% de la población de seis años o más. Además, la población que más utiliza el Internet se encuentra en el rango de entre 12 y 44 años de edad.

De acuerdo con la misma encuesta, en México hay 86.5 millones de usuarios de teléfonos celulares, el cual es su principal medio para la conexión a Internet (95%). Sobresale que 90.7% de los usuarios de Internet lo utilizan para obtención de información.

Partiendo de los datos anteriores, la información que circula en redes sociales tiene un impacto significativo entre la población mexicana. Hablando de elecciones, la presidencial de 2018 fue la primera en la que dichas plataformas jugaron un papel real en un proceso de sufragio en México.

En dicho proceso electoral se pudo observar un elemento que trascendió a las campañas negativas, y que, si bien no es nuevo, gracias a la presencia de las nuevas tecnologías, hoy por hoy se ha utilizado como nunca en la historia electoral: el de las campañas falsas. Se ha abusado de las redes sociales para golpear a los adversarios en base a mentiras y a falsas narrativas.

En ese sentido, vale la pena encender alertas rumbo a las elecciones del próximo año, las más grandes en la historia de México, por el número de cargos a elegir (casi 21 mil cargos de elección popular), y que estarán marcadas por la presencia de la pandemia por Covid-19, por lo que gran parte de las campañas se llevarán a cabo a través de las distintas plataformas digitales.

No es un factor menor, dado que la población entre 18 y 44 años de edad, que, como se señaló, son quienes más utilizan Internet, representan casi el 60% de la lista nominal según datos del Instituto Nacional Electoral. Es entonces que las redes sociales cobran mayor relevancia como espacios de información/desinformación, para la movilización rumbo a las elecciones del próximo año.

El principal riesgo radica en que estos espacios están libres de auditoría debido a la dificultad que representa tener acceso a toda la información que ahí se presenta, así como al rastreo del origen de la misma. Por consiguiente, resulta atractivo, y hoy más que nunca, invertir mucho dinero en este tipo de publicidad. De ahí la importancia de buscar la manera de regular las campañas descritas.

Afortunadamente, ya se comenzaron a dar los primeros pasos al respecto. Facebook endureció sus reglas sobre anuncios políticos en Estados Unidos desde el año pasado, con motivo de las elecciones de este noviembre. Desde mayo de 2018, Facebook exige a los anunciantes políticos en Estados Unidos que incluyan la leyenda “pagado por” en sus anuncios. Pero la empresa afirma que algunos han usado afirmaciones engañosas o se han intentado registrar como organizaciones inexistentes.

Los anuncios pagados de Facebook se han convertido en una herramienta importante en las campañas políticas para llegar a los electores. Por lo tanto, estas nuevas medidas de transparencia y seguridad serán un elemento fundamental para la supervisión y auditoría de los gastos de campaña, ya que se tendrá más claridad de quienes pagan esta publicidad. Por ejemplo, gracias a estos candados se sabe que Donald Trump fue el candidato para 2020 que más gastó en anuncios en Facebook, de acuerdo con Bully Pulpit Interactive, una empresa demócrata que monitorea el gasto en publicidad digital.

El ejemplo más reciente de las acciones que están llevando a cabo estas plataformas tecnológicas para reducir la difusión de noticias falsas se dio en los últimos días, cuando, en plena campaña presidencial, Twitter requirió que se eliminara de la cuenta de Donald Trump una publicación que contenía información errónea sobre el Covid-19. De acuerdo con el Washington Post, la empresa informó que no se podría tuitear desde la cuenta hasta que se eliminara el mensaje.

Al igual que sucede en Estados Unidos, cada vez en más países, Facebook endurecerá sus políticas de publicación de propaganda política y social. En México, a partir del 5 de agosto, quien desee compartir propaganda electoral debe pasar los filtros de identificación que incluyen fotos de la credencial de elector, entre otros.

La conclusión es que, más allá de las regulaciones que puedan implementarse en términos de fiscalización, mientras no se comprenda, se difunda y se concientice a la población de esta nueva realidad, la distorsión que se crea por medio de las burbujas informativas construidas por los medios digitales, pueden dar lugar a percepciones erróneas sobre los resultados de cualquier proceso electoral.

Vale señalar que ni los partidos políticos, ni los organismos electorales como el Instituto Nacional Electoral o el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, están exentos de dicho riesgo, el cual cobra relevancia en la medida en que lastima de forma directa y constante a la democracia, que cada día enfrenta nuevos obstáculos para legitimarse, entre una ciudadanía cada vez más escéptica.

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Por Jorge Mier y de la Barrera

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