Escrito por 12:00 am Cultura, Saúl Arellano

Soñar con los ojos de Caronte: una lectura de las Pesadillas de aquellos cuatro

Nigthmares

Cada que he tenido la oportunidad de charlar con ella, en un café o un desayuno, por instantes, me arroba un sutil deseo de que salte sobre mí, y que sea yo a quien está pensando matar hoy. Es cierto, es difícil no perderse, divagar y evocar densas nieblas que luego de unos instantes se van perdiendo entre los dos grandes y vivaces ojos verdes con que te mira.


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“Una vez que la puerta al infierno te ha poseído, jamás te dejará ir”. Esos son los otros ojos con que Sandra Becerril te invita a mirar el mundo confuso de la pesadilla de la cordura desde la que se han construido todas las imágenes y consecuencias de la locura. No en los libros, no en la literatura científica, sino en la pesadilla siniestra de la vida cotidiana convertida en pesadilla.

En Nightmares, un libro con cuatro intensos cuentos, lo que se encuentra es un extraño espejo que juega con planos y tiempos; cuentos que, escritos con estilos y narrativas muy distintas, algunas de ellas incluso contrapuestas, colocan a quien los lee en una realidad paralela desde la que es posible observar nuestra vida en su complejidad, plenitud y vaciamiento. Y que conste que el uso de la conjunción es deliberado, porque no aquello no se da de manera secuencial, sino extrañamente simultánea.

Lo que Sandra Becerril narra en su cuento “Mientras duermes”, utilizando el recurso del narrador omnisciente, Mike Garris lo lleva a un plano estrictamente personal. Y mientras teje una compleja narración, que de pronto se torna pesada, en una sola frase regresa al lector al plano del espejo: en una sola línea, situada entre dos párrafos, sentencia para dejarnos fríos: “Estábamos asesinando”, frase emitida por un personaje que, sin más, entre la náusea de la imagen de un cuchillo cortando carne trémula, se pregunta cómo hacer para aprender amar y lograr que lo amen.

“A veces el camino es cómplice. Ninguna vida es sacrosanta”, una frase que nos presenta Richard Christian Matheson, y la cual, de la misma forma la de Garris, aparece como huérfana entre dos párrafos relativamente extensos, sintetizando un profundo sentido detrás de lo que, a veces indolentemente, a veces cínicamente, a veces solitariamente triste de sus personajes, aparece como un extraño reflejo de momentos en que todos nos hemos ubicado, en nuestras vidas pensadas, pero, sobre todo, en nuestras vidas de sueño. De esos sueños reales, palpables, en que nuestro inconsciente es capaz de llevarnos ante lo inconfesable de nuestras perversiones, pasiones, deseos, frustraciones. Más adelante rematará: Los mitos de la desesperanza son solo eso y no hacen bien a nadie…”.

En “Ajuste de cuentas”, Lawrence C. Connolly nos propone un juego bastante interesante: el juego de las imágenes y las representaciones. La realidad paralela que se construye yendo de la pesadilla a la realidad, y regresando de ellas para construir una imagen, una narración del entorno.

En este cuento de Connolly, a diferencia de los otros tres incluidos en el libro, no se encontrará una idea, una frase, una reflexión del narrador o de alguno de los personajes que esté puesta allí como síntesis de ejemplaridad. Acá la narración construye toda su mensaje, y busca generar, en un segundo plano, la realidad aumentada de varias representaciones que muestran la mutación real y onírica de un rey al que no se desea sino asesinar de varias puñaladas.

Entre saliva, semen, charcos de sangre, cuchillos que se hunden en los cuerpos, ataques de sensatez y de locura, los cuatro cuentos discurren y forman, quizá sin habérselo propuesto así la y los autores, un conjunto que podría de alguna manera ser una especie de unidad de sentido.

En estos cuentos hay memorias y herencias palpables de otros autores, principalmente del maestro contemporáneo del terror, Stephen King, pero también, por momentos, se pueden evocar los escalofríos provocados por Edgar Allan Poe o por el propio Blake. Y aunque estas herencias se notan, también hay novedad y audacia narrativa; hay nuevos juegos e interrupciones; confusiones inducidas y propuestas malditas hacia lo lúbrico, lo soez, lo vil, porque de eso están hechas nuestras peores pesadillas, pero también nuestras más lúbricas y escondidas fantasías. Y eso solo unos cuantos se atreven a aceptarlo.

Nightmares es un texto que evita que el terror nos abandone; es una invitación a construir nuevos frescos sobre el lienzo de la maldad que nos rodea, nos inunda y amenaza todos los días; no hay lugar en sus líneas para la redención, para la piedad o la compasión, porque en esta literatura, lo único aceptable es lo sombrío, lo borrascoso y lo sádico de un mal radical palpablemente inmanente en cada una de sus letras; porque allí es donde podemos exorcizar a nuestros demonios.

Para leer esta colección de estos cuatro cuentos de terror, hay que tener la voluntad de, al menos un día, atreverse a soñar con los ojos de Caronte. Cuando así ocurra, podrá despertase, como lo dice Garris, con los sueños de otra persona.

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