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La invasión a Ucrania un año después

Como la pandemia del Covid, la invasión rusa a Ucrania cambió en muchos sentidos las apreciaciones y perspectivas sobre la seguridad. Si la pandemia nos confirmó nuestra vulnerabilidad como especie y nos reubicó ante las limitaciones vitales, la guerra que acaba de cumplir un año nos corroboró que los escenarios del militarismo y la confrontación armamentista eran más que una posibilidad localizada en tales o cuales puntos del planeta.

Escrito por:  Enrique Provencio D.

Seguimos tratando de asimilar ambas convulsiones, a sabiendas de que continúan en proceso, y que sus consecuencias profundas apenas se están insinuando. Los impactos inmediatos de la invasión a Ucrania ya son enormes, comenzando por los humanitarios, pero sus efectos diferidos alcanzan muchos otros aspectos de la realidad contemporánea. Registro algunos de ellos en los siguientes párrafos.

Uno de los grandes virajes hasta ahora es el fortalecimiento armamentista. El gasto europeo de defensa se disparó de inmediato tras la invasión a Ucrania, con una oleada de propagación hacia otras regiones del mundo. Aunque con una tendencia a la baja en el largo plazo, los presupuestos militares seguían siendo altos, de alrededor de cuatro puntos porcentuales del producto en estados Unidos y Rusia en 2020, casi dos puntos en China, y en algunas regiones ya se estaban incrementando.

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Lo que ocurre a partir de 2022 es una clara decisión de elevar la prioridad del gasto militar, sorbe todo en Alemania, pero no solo en este país, y de fortalecer las agencias de defensa. Europa mantiene sus formidables proyectos de recuperación social y económica post Covid, cierto, pero se abren dudas sobre la capacidad de sostener el gasto militar sin afectar las prioridades de transformación emprendidas. Como esto puede ocurrir, de hecho está sucediendo, en otras regiones, puede volverse más difícil apuntalar los planes globales de desarrollo, en especial los Objetivos de Desarrollo Sostenible para 2030, que ya de por sí están seriamente dañados.

La invasión a Ucrania conmocionó al mundo, sin duda, pero también generó reacciones que minimizaron sus implicaciones.  Hemos visto una relativización de la guerra. Algunas opiniones sostenían, por ejemplo, que habiendo tantos refugiados y desplazados de otros conflictos, lo que ocurría en Ucrania era un problema más, como si no ameritara la atención que estaba recibiendo, por parte de Europa, sobre todo.

Hay más afectados directos en otros países por distintas crisis de larga data, sí, y Naciones Unidas actualiza constantemente su información sobre ello, y hay desastres humanitarios crónicos que al paso del tiempo se diluyen en la información, y aún así, la emergencia ucraniana era y sigue siendo crucial por sus implicaciones, y, claro está, en primer lugar para Europa. El Sistema de Naciones Unidas es incapaz de atender a las decenas de millones de personas atrapadas en confrontaciones civiles, interétnicas, militares y otras, y el punto debería ser cómo fortalecer las capacidades de la ONU.

Mantener la paz, respetar los derechos humanos y la dignidad de las personas de todas las naciones, mantener la justicia y respetar las reglas internacionales, y promover el progreso en el marco de la libertad, fueron los fundamentos sobre los que se levantó la Carta de las Naciones Unidas en 1945. Con esta guerra no hay paz ni convivencia pacífica, tampoco respeto a la integridad territorial de un país. Hay una clara violación a las bases con las que se intenta no volver a las grandes conflagraciones bélicas.

Evitar “el flagelo de la guerra” con sus “sufrimientos indecibles”,  y crear las condiciones para la seguridad mundial, fue el propósito central y la viga maestra de un esfuerzo que, al parecer, es visto ahora con desdén por tirios y troyanos, como si las aspiraciones de paz fueran una ingenuidad. De hecho, el pacifismo es poco menos que naïf . Hasta se ha escuchado que eso del respeto a los tratados es solo una mera formalidad, algo así como la aplicación global del “no me vengan con el cuento de que la ley es la ley”.

No estábamos en un mundo en paz, no, pero a un año de la invasión a Ucrania nos alejamos más de la convivencia pacífica, se deteriora la capacidad internacional para lograr acercamientos y negociaciones, y se debilita el papel de la ONU, la única institución que podría lograr mediaciones y arreglos si fuera respaldada decididamente por sus partes. Lo que tenemos, en cambio, es un regateo del apoyo efectivo a ese organismo y el señalamiento sobredimensionado de sus dificultades y debilidades, ampliando el espacio para que los integrantes su Consejo de Seguridad tengan más intervención directa, pero, sobre todo, para que se amplifique el desorden global.

Justo en la víspera del primer año de la invasión a Ucrania, 141 integrantes de la ONU aprobaron una resolución que llama a poner fin a la guerra y alcanzar una paz general, justa y duradera, con ele retiro inmediato e incondicional de las tropas rusas y la devolución a Ucrania de los territorios ocupados. En contra votaron 7 miembros, incluyendo Rusia, por supuesto, y de las 32 abstenciones destacaron las de China, India y Paquistán https://news.un.org/en/story/2023/02/1133847

Un día después de esta resolución, la novedad fue la propuesta china de salida política de la guerra, mal recibida por la Unión Europea, el G7 y otros grupos, aunque para algunos países se trató de una luz de esperanza, al menos para iniciar un proceso de negociaciones. Los posicionamientos rusos en el aniversario ratificaron su intención de prolongar la guerra, y la nueva ronda de sanciones europeas a Rusia confirmó que la lógica militar se retroalimenta y abona a la continuación de los enfrentamientos.

Las bases de la paz son también las bases del desarrollo, de los derechos humanos, y, a fin de cuentas, del progreso civilizatorio. La continuación de la guerra no solo prolongará sufrimientos humanos y violaciones a las reglas básicas internacionales, sino también efectos adversos en la seguridad alimentaria, la inflación mundial, los desajustes de abasto y precios de la energía, las amenazas ambientales y los retrasos en el cumplimiento de los acuerdos de cambio climático, las tensiones financieras y de deuda externa, entre otros. Y todo puede ocurrir mientras se prolonga un conflicto militar con claras implicaciones globales que tensa al mundo y genera un ánimo de normalización de la guerra. Este es, quizá, uno de los cambios más graves un año después de la invasión a Ucrania.

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